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Especiales: Por un desarrollo sostenible | ||||||||||||||||||||||
Martes, 20 de agosto de 2002 - 17:36 GMT
Testimonio mudo
![]() En Villa Dolores, la vida continúa, a pesar de las pérdidas.
Escribe desde Nicaragua, Arturo Wallace, para BBC Mundo.
En el caserío de Villa Dolores, a unos 117 kilómetros al occidente de Managua, pocos han oído hablar del recalentamiento global, del efecto invernadero o de la capa de ozono. Pero Luisa Muñoz, de 30 años, todavía recuerda como si hubiera sido ayer la corriente de agua y lodo que en octubre de 1998 arrasó con su casa, su comunidad y casi todo lo que podía llamar suyo.
"Donde yo vivía quedó plano, quedó barrido. Ni se notaba que allí había estado mi casa". Doña Luisa es una entre las decenas de miles de damnificados que dejó el huracán Mitch a su paso por Nicaragua, incluyendo más de tres mil muertos. Las casas amarillas de Villa Dolores, a donde fue trasladada junto con otros perjudicados, dan testimonio mudo del incontrolable poder que tiene la naturaleza. Recordatorio A su manera, el joven poblado también puede actuar como un recordatorio de las consecuencias negativas de la acción incontrolada del hombre sobre su entorno.
Desgastadas por la acción del hombre, las laderas "del cerro"-como lo llama Doña Luisa- no fueron capaces de contener el agua acumuladas durante casi diez días de lluvia, algo nunca antes visto. Los poblados de "Rolando Rodríguez" y "El Porvenir" fueron borrados literalmente de la faz de la tierra. Más de dos mil personas murieron. Se estima que el país retrocedió más de veinte años en términos de infraestructura. Ningún rincón de Nicaragua quedó sin ser afectado. El común de las víctimas Cualesquiera que sean los daños, las principales víctimas de este y los otros "desastres naturales" que de manera recurrente azotan Nicaragua, tienen varias cosas en común.
Son campesinos expulsados de las tierras más productivas. Pobladores urbanos que ocupan terrenos de poco valor a la orilla de cauces, en las tierras bajas. Paradójicamente, estos pobladores muchas veces contribuyen a aumentar su propia vulnerabilidad en la búsqueda de la subsistencia cotidiana. Los árboles que contribuirían a combatir la erosión de las laderas y ayudarían a la conservación del manto acuífero, se convierten en leña para el autoconsumo o el comercio. Extinción a la venta En las carreteras de Nicaragua y los semáforos de la capital, Managua, no es inusual ver a adultos, jóvenes y niños ofreciendo a la venta diferentes animales silvestres, algunos en peligro de extinción. "Con esto es que saco para la comidita" dice Richard José, que vende garrobos en la carretera que lleva a León. "Como por aquí no hay trabajo...". Las implicaciones que la caza indiscriminada de estos reptiles pueda tener para el equilibrio ecológico de su comunidad son algo demasiado alejado de las preocupaciones cotidianas de Richard José. En el contexto del desempleo y la pobreza, el tema medio ambiental a veces pareciera implicar una dolorosa elección entre la conservación y la propia subsistencia. Aliados estratégicos Esto no tiene que ser así, sostiene sin embargo Túpac Barahona, del Instituto de Investigación y Desarrollo Rural, Nitlapán, de la Universidad Centroamericana.
"Depredan los recursos aquellos que no tienen ningún incentivo para cuidarlos" dice Barahona. "Aquellos que saben que van a poder seguirse aprovechando del bosque, que obtienen de éste un beneficio directo, lo cuidan de manera espontánea". Para Barahona, lo económico incide en el tipo de relación que una comunidad establece con sus recursos naturales, pero "no es una ecuación matemática". Más importante resulta el tema de la propiedad, por ejemplo, que puede llegar a hacer sentir que dichos recursos pueden convertirse en una salida a esa pobreza. "Conservar para poder explotar. Explotar para poder conservar", sugiere Barahona. Y tal vez este sea el único camino factible en un país como Nicaragua. "Una agua inmensa" A los pies del volcán Casitas, Pedro Pablo Miranda cuida un pequeño huerto y un bosquecillo que sirve como marco al monumento que recuerda a las víctimas del deslave de 1998. Se presenta a sí mismo como "un sobreviviente" de la desparecida comunidad de El Provenir.
"Era una agua inmensa que no venía dejando nada. Y se lo llevó todito. Parejo. Esto parecía un desierto cuando pasó", recuerda. "Dos kilómetros de ancho tenía el deslave. Y ochenta de recorrido. Fue a parar hasta el mar, arrastrando cadáveres, árboles...todo". Miranda cuida del parque "porque es el único trabajo que he conseguido. Cada momento recuerdo. Y es duro", dice. "Pero a nosotros los sobrevivientes esto nos va a quedar como herencia. Esa brecha en el volcán para enseñársela a los nietos". Y tal vez para recordarnos a todos del delicado equilibrio de la naturaleza. |
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