¿Por qué comenzar recién con el postre? La chocolatería más grande del mundo, Fassbender & Raush de Berlín, abrió un restaurante donde todos los platos están hechos a base de chocolate.
Así se debe ver el paraíso cuando se tienen cinco años o quizás algunos más. Lujosos envoltorios dorados, altas vitrinas de roble, elegantes dependientes y por doquier, chocolate en todas sus formas: bombones, tortas, barras, el Reichstag y la Puerta de Brandemburgo hechas de chocolate y hasta un volcán donde mana finísimo chocolate líquido.
Es la espectacular Chocolatería Fassbender & Raush de Berlín, la más grande del mundo, que ahora en su segundo piso le dio una oportunidad a los pudores de la adultez y abrió este restaurante donde todos los platos, desde la entrada hasta obviamente el postre, están basados en chocolate.
"La idea me vino en una de mis visitas a las plantaciones de cacao en Ecuador" cuenta Jürgen Rausch, propietario del restaurante y la chocolatería Fassbender & Raush, a la BBC. "El dueño de casa me sirvió un plato salado a base de cacao y chile y ahí se me ocurrió la idea".
Y Raush se trajo, además de la idea, al chef ecuatoriano Sebastián Villavicencio, que durante tres meses instruyó a los locales en el arte de preparar platos en base a cacao.
El Milagro de Navidad
Así se llama la cena en este restaurante, en este diciembre navideño alemán. Hay una mezcla curiosa del lujoso ambiente y de la infantil expectación por comer chocolate hasta la saciedad, más o menos disfrazado de cena para adultos.
Y si aún no quedó satisfecho, después de la cena puede pedirse una taza de chocolate caliente.
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La entrada se llama "Cuerno Mágico de la Abundancia" y es un cuerno de masa rellena de palta o aguacate, pralinés de Chile y masa de chocolate.
Después viene una sopa de raíz de apio con pétalos de rosa, azafrán y por supuesto, chocolate de Trinidad y Tobago.
El plato principal, digámoslo de una vez, parece una bomba: pechuga de ganso asada con chocolate al 80% y tamarindo. Pero sabe excelente.
Tiro de gracia
Uno se puede imaginar que los camareros servirán el último platillo y saldrán corriendo. Es una pequeña "tortita de matrimonio", completa, orgullosa y opulentamente cubierta de chocolate. Una verdadera bomba calórica que después de tres platos de chocolate y a pesar de ser deliciosa, da un trabajo heroico comerse.
Y ya al final, para los sobrevivientes, se ofrece o bien café con chocolate o chocolate caliente sin más. Juro que vi a dos comensales tomarse alegremente una taza de cacao. Pero el ambiente ayuda: todo está lleno de regalos navideños, árboles de navidad prolijamente decorados y ese olor omnipresente de chocolate que tan bien va con la Navidad y la nostalgia.
Y de repente en el techo se ven las luces del local, pequeños vitrales con figuras mayas y aztecas que parecen vigilar esta cena, que en el fondo les debemos a ellos, a miles de kilómetros y siglos de su origen.
Y uno piensa lo paradójica que suele ser la historia: que estos implacables y muchas veces crueles guerreros crearon acaso el regalo más alegre que América dio al mundo.