Hasta el mínimo detalle van a cuidar las tropas japonesas en Irak. La idea es que los soldados se integren al máximo en la cultura iraquí. El primer paso parece fácil, aunque habrá que evaluar su efectividad: dejarse crecer el bigote.
El bigotudo Masahisa Sato conversa con un joven iraquí.
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El envío de tropas a Irak constituye el despliegue más polémico y arriesgado de Japón desde la Segunda Guerra Mundial, y los japoneses quieren evitar cualquier ataque.
La "adaptación al medio" parece ser la solución: los mandos animan a sus soldados a dejarse bigote y les han prohibido el consumo de alcohol y carne de cerdo.
¿El objetivo? Nada menos que "convertir" japoneses en iraquíes.
Flamante bigote
Masahisa Sato es el jefe de las tropas de avance destacadas en Samawah, una ciudad principalmente chiita a 300 km al sur de Bagdad, y, predicando con el ejemplo, ya luce un flamante bigote.
Los japoneses que van a cambiar dinero en Samawah se encuentran con un cartel de bienvenida.
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"Parece iraquí", han comentado los sorprendidos ciudadanos en la prensa local.
Y es que el bigote no es nada común entre los japoneses, todo lo contrario de lo que sucede en Irak.
De momento, parece que la recomendación no incluirá la barba, porque "interferiría en las máscaras anti-gas", según dijo un oficial de la Agencia de Defensa.
"Hemos estudiado a fondo las costumbres iraquíes, la cultura y la religión". De momento, se desconoce si el proceso de adaptación continuará con nuevas recomendaciones", señaló Shigeru Ishiba, director de la Agencia de Defensa.
Riesgo político
En el cartel que cuelga en el centro de Samawah proclama al premier japonés como héroe.
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Habrá que ver cómo se valora esta sorprendente recomendación entre la población japonesa, que, según las encuestas, está dividida al 50% entre los que apoyan la presencia de sus tropas y los detractores.
La constitución de Japón prohíbe expresamente el uso de la fuerza en conflictos internacionales, pero el gobierno ha autorizado a su ejército a repeler los ataques de los que podrían ser blanco.
La misión principal de las primeras tropas es asegurar el abastecimiento de agua a la ciudad, así como el funcionamiento normal de otras infraestructuras.
El envío de tropas supone un cambio histórico de la política de seguridad de Japón de la posguerra, puramente defensiva, y supone un enorme riesgo político para el primer ministro Junichiro Koizumi, cuyo gobierno podría verse sacudido con la pérdida de vidas.